lunes, 31 de octubre de 2016

Capítulo V: Vecinos peligrosos.

Capítulo V: Vecinos peligrosos.

Decidí seguir sigilosamente a la creatura que asedio la misma tienda de autoservicio que yo. No tomó mucho tiempo subir una de las colinas cercanas para descubrir que aquel ser desfigurado tenía su morada en otra tienda de autoservicio.

Lo observé desde una distancia segura durante un par de horas, vi como, lo primero que dispuso a hacer fue prender uno de esos puros. Lo disfrutó con cada inhalación  mientras contemplaba el atardecer rojo que ese día, las nubes dejaban ver a lo lejos.

A los minutos, vi a lo lejos acercarse lentamente y arrastrándose a un ser aun más deforme que él, este ser se arrastraba en cuatro patas, pero aún así, él, no parecía asustado. Cabellos largos y blanqueados florecían cada varios centímetros uno del otro. La bestia se acercaba cada vez con más prisa, sus pasos levantaban polvo.

Cuando los dos seres se encontraban de frente parecieron haberse abrazado, ser afectivos o al menos eso parecía a la distancia. Estos nuevos vecinos capturaban mi curiosidad por varias semanas, parecían bien organizados y con rutinas casi viviendo una vida normal. El ser menos deforme tenía el hábito de fumar un puro a cada atardecer, dejaran las nubes disfrutar el cielo o no.

Durante ese tiempo, el hacha que había abandonado me había sido de mucha ayuda en mi nuevo hogar, era más sencillo racionalizar la leña pues al prender una fogata, no tenía mucho tiempo para mantenerla prendida, pues no podía dejar que mis vecinos se dieran cuenta de mi existencia. Abrir las latas, era un poco más sencillo con el filo del arma, entre otra cosas.

Llegó un momento en el que solamente vigilaba a mis vecinos solo uno o dos días por semana. Me había acostumbrado a su pequeña rutina y caí en la misma comodidad. Mi promesa por buscar a mi pequeño Roberto había quedado en espera y mi hacha ahora, se había convertido en más que una herramienta, en una amiga irremediablemente confiable.

Me mantenía repitiéndome lo mismo una y otra vez, haciéndome creer que no estaba listo, que aún con hacha en mano necesitaba “reponerme” de mi debilidad física pero, en realidad era mi debilidad mental la que me retenía.

Hasta que un día, algo diferente capturó mi atención. Un día, un tercero arribo a la morada de mis extraños vecinos. Este ser no era para nada deforme como los locales, este ser parecía muy distinto, muy igual a mí.

Parecía desorientado, desesperado con la mirada perdida; eso fue hasta que, hasta que observó la brillosa y vibrante aura de fuego de una fogata al fondo del hogar que ahí se sostenía. En el momento en el que lo vi introducirse a la estructura, el invasor no sería bien recibido y yo decidí quedarme a la distancia pues la curiosidad no me dejaba en paz.

A los pocos minutos, la primera bestia se hizo presente y se introdujo rápidamente al hogar. No paso mucho tiempo en que la segunda bestia le siguió, unos segundos más y un gran rugido se hizo escuchar, un rugido que hizo vibrar las ventanas rotas y fue ahí, donde decidí acercarme un tanto más.

Yo: ¿Qué harás? ¿Qué harás? ¡Dios mío! ¿Cómo iba yo a saber? ¿Cómo iba yo a saber?                                  

Agachándose nuevamente, esta vez a mis pies; extendiendo el puro a una pila de papel debajo de mí.

Captor: ¡Alégrate! Tendrás el honor de morir en el fuego, al igual que los antiguos vikingos.

Yo: ¡Espera! ¡Espera!

Captor: Adiós…

Mi corazón retumbaba en mis oídos, el miedo me hacia sudar, mis pupilas se dilataron mientras gritaba en desesperación. Pero grande fue mi sorpresa cuando un segundo grito expulsó de la oscuridad a un ser más que con hacha en mano a lo alto, que sin titubear, dejó caer en péndulo con toda fuerza.

Un tercer grito llenó el área ensordecedor, sangre cubría mi cara y no me dejaba ver con claridad. Los gritos se repetían con horror, denunciando dolor y agonía. Lentamente sentí como mis ataduras se fueron aflojando hasta que caí al suelo, no podía creerlo.

La adrenalina me hizo limpiarme la sangre de mis ojos con mucha prisa, cuando pude abrirlos al fin, vi a un hombre maduro, de cabello largo y plateado con su hacha en mano viendo hacia una de las esquinas donde mi captor se retorcía. Al quererme levantar, pude ver una mano aun con un puro entre los dedos en el suelo cerca de mí.  Volteé hacia mi captor y pude ver que había sido cercenado.

Captor: ¡Maldito hijo de perra! ¡Te mataré! ¡Los mataré a ambos! ¡Lo juro!

David: Vamos chico, vámonos. Ya no hay nada que hacer aquí. A menos que, gustes quedarte, por supuesto.


Lo miré y por su mirada supe que podía confiar en él.  Al menos por ahora, después de todo, acababa de salvarme la vida.

Continuará...

martes, 25 de octubre de 2016

Capítulo IV: Los olvidados.

Capítulo IV: Los olvidados.

¿Mi nombre? Mi nombre es David Escudero, para servirle a usted y al prójimo. No soy muy bueno para esto de la narración pero, el ingeniero insiste en que debo relatar cada detalle para futuras referencias. Como si hubiese un futuro ya…

¿Qué como llegue hasta “aquí”? Ni yo mismo lo sé. Nací y crecí en la ciudad de Monterrey, Nuevo León; nunca salí de mi bella ciudad, no era algo que yo deseara. Pero aquí estoy, expulsado de mi ciudad querida, no sé por qué y no sé desde hace cuanto. Solo sé que estoy en este pedazo de desierto comiendo sobras de lo que pueda encontrar.

¿Qué es lo último que recuerdo? El parque, aquel parque en el que solía pasear a mi nieto, a mi bello Roberto. Como echo de menos su sonrisa, sus ojos, su inocencia, todo él radiaba felicidad. ¿Si sobrevivió? ¿Si lo volveré a ver? Son cosas a las cuales todavía me aferro ciegamente, pues para mí, tan solo fue ayer que aun lo sostenía de la mano.

El pequeño Roberto y yo, caminando paso a paso como solo un viejo y un niño pueden hacerlo juntos. Los árboles danzantes al ritmo del viento, las aves cantando, el pasto mojado y tan rápido como un cambio de presión en la atmósfera, un hombre me empuja del hombro mientras corría sin cesar.

Rápidamente noto que un segundo corredor viene hacia nosotros, distraído y desesperado voltea hacia atrás, no se da cuenta de que va a colapsar directo contra mi pequeño. Con un esfuerzo alcanzo al niño y lo protejo con mis brazos, levantándolo hacia mí pecho mientras le pido que se calme, le aseguro que nada le pasará.

Pero mientras el segundo corredor pasa casi rasgando el filo de mi ropa, es ahí que veo a un tercero, este no corre, está detenido a media vereda y sostiene un arma con una de sus manos. Giro por instinto para proteger al bebé, dándole la espalda al agresor.

Un sonido, como el rugir de un cañón, como una explosión y ¿después?... Después todo se vuelve blanco, no hay parque, no hay árboles, no está el pequeño Roberto esperando a tomar mi mano, no hay nada.

No recuerdo más, hasta que lo blanco se volvió negro y con ello, la respiración me intentaba ahogar. Era una especie de sarcófago, el más inusual que pude haber tenido, parecía hecho de barro. Empujé con todas mis fuerzas hasta romperlo, esperaba encontrar a mi pequeño una vez que mi rostro fuese alcanzado por la luz, pero lo que encontré no fue lo que yo esperaba.

Lo que encontré fue mi cuerpo enredado en una bata azul con los bordes desgarrados, el esqueleto de lo que fue alguna vez una camilla de hospital y una vista de una ciudad en ruinas. Tres paredes apenas sostenían la estructura del edificio en el que me encontraba y la cuarta se había mudado a otra locación.

Me levanté y me acerqué al filo de la pared faltante, cuarto piso, me encontraba en el cuarto piso de lo que asumía, era un hospital. Decidí Salir de ahí y en mi descenso no encontré a nadie, ninguna persona o ser vivo, pero para mí fortuna encontré un armario con vestimenta. Me probé algunos atuendos antes de encontrar el que me quedara a la medida o algo así.

Un suéter, un pantalón, un par de zapatos y una bufanda; lo único que no pude encontrar fue un par de calcetas pero, de eso a nada, diría que me fue bastante bien. Fue entonces que mis dedos notaron una gran cicatriz que rodeaba mi cráneo.

¿Qué habría sucedido? ¿Dónde estaba mi nieto? ¿Aun estaba mi pequeño con vida? Mi cabello había crecido y mi barba también. Por lo poco que alcanzaba a observar, pintaban ya de blanco. ¿Cuánto tiempo había yo pasado en esa camilla?

Perdonen si al recordar esto, este viejo derrama una lágrima o dos; pero como dije antes, para mi tan solo fue ayer que sostuve su mano.

Bajé como pude y a la entrada de la estructura apenas se sostenía en pie un anuncio que decía “Hospital General de Tijuana”. Fue cuando supe que me encontraba por mucho, lejos de mi cuidad, lejos de aquel parque, lejos de mi amado Roberto y su incesante sonrisa.

Las siguientes semanas las pasé como carroñero buscando y tomando alimento de dónde pude, de donde encontré. Cada estructura que algún día fue una tienda de abarrotes, un súper mercado o un restaurante de cualquier tipo, si tienes suerte encontrarás entre los restos de cocina una que otra lata escondida entre lo que alguna vez fue una alacena.

Tomo refugio en donde pueda, en donde aún quede un pedazo de techo. Mi cabeza aun no puede olvidar a mi pequeño y sonriente pedazo de sol que iluminaba cada uno de mis días. Me he prometido a mi mismo volver a la ciudad que me vio nacer para buscarlo, para encontrarlo y protegerlo una vez más.

Debo recuperar fuerzas pero con cada día que pasa, pierdo las esperanzas de encontrar a otro ser humano con vida y dentro de mí se desata el miedo de pensar que tal vez mi nieto ha tenido el mismo destino que el resto de esta ciudad.

Mis pasos y mi esfuerzo, pronto me llevaron hasta lo que solía ser una tienda de autoservicio. El secreto de estos lugares es que la oficina de lo que fue la persona encargada del lugar, es el lugar a donde quieres llegar si aun está en pie. Es ahí donde se esconde lo mejor de lo mejor de la mercancía que estas tiendas ofrecían.

Así que no perdí el tiempo y por suerte la encontré, como todas las oficinas en estos lugares, se encontraban hasta el fondo por lo que el daño casi siempre era mínimo. Era mi día de suerte, la puerta no tenia seguro y comencé mi pillaje de inmediato. Pero esta vez solo papeles y cenizas en cada cajón hasta que, en el ultimo cajón, mis dedos capturaron una pequeña caja de madera.

La tomé con sorpresa y al abrirla descubrí un puñado de los más finos puros que había yo visto en mi vida. Cuando, de pronto, un sonido interrumpió mi ritual de búsqueda. Unos pasos se hacían presentes cada vez más cerca y entre en pánico.

En mi incesante temor, no supe hacer otra cosa más que encerrarme en lo que alguna vez fue el baño privado de dicha oficina, dejando la caja de madera sobre el escritorio. Escuché entrar a alguien con respiración jadeante, una figura humanoide se pintaba apenas por el espacio entreabierto que la puerta del baño había dejado.

Con una mano arrastraba lo que parecía ser un hacha, comenzó a registrar el lugar, comenzó por los archiveros, los cajones a la espalda del escritorio y finalmente se detuvo al ver la pequeña caja de madera. Observó a su alrededor, como desconfiando de que se encontrara solo, yo hundí mi cabeza para que no me pudiera ver por la abertura. Segundos después abrió la caja y dejo caer el arma.

Tomó uno de los puros y lo pego a su nariz mientras daba un gran olfateo. Su rostro, plagado de ampollas que le deformaban la mitad de la cara hacía que el miedo me paralizara y evitaba que yo saliera de mi escondite.

Colocó el tabaco de vuelta en la caja y la tomó entre su brazo derecho y su costado, había reclamado su botín y glorioso se marchaba. Yo me quede pasmado por varios minutos después de que sus pisadas dejaran de sonar. El pánico no me dejaba reaccionar.

Al tomar mi voluntad nuevamente, me animé y salí del baño. Mire que este ser, había dejado en el suelo olvidada su hacha, la cual ahora podría servirme para protegerme de seres como él. No pude evitar sentir empatía por el arma pues al igual que a mí, parecían haberla votado.


Ella y yo pasábamos a ser, los olvidados.

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domingo, 16 de octubre de 2016

Capítulo III: Enemigos a muerte.

Capítulo III: Enemigos a muerte.

Desperté nuevamente, pero esta vez no había más que un tremendo dolor de cabeza acompañado de un mareo que mantenía mi vista un poco borrosa. No tarde mucho en darme cuenta de que me era imposible moverme, la desesperación instantáneamente me agitó y la vista regreso junto al sonido de las cadenas.

Mi cuerpo encadenado, en posición de crucifijo frente a la fogata que me vio transformar mi miedo en agresión. Pero, ¿Quién diablos me había aprisionado? ¿Entonces si hay vida inteligente? ¿Hay más personas como yo aquí? Y, por último, ¿Por qué me habían encadenado?

Apenas abrí la boca para preguntar qué pasaba, cuando lo vi; una rama se extendía desde la fogata hacia un oscuro rincón. En cuanto la rama cogió su flama, se levantó por el aire y llegó hasta un bigote largo y gris; y, lentamente encendió lo que parecía ser un puro.

Inhaló y el rojo intenso del puro alumbró un ojo, exhaló y el humo ocultó el rostro de mi captor en la oscuridad.

Hombre en la oscuridad: ¿Acaso sabes que era lo que sostenía en su mano?

Su voz era rasposa y su garganta hacía notar que tenía dificultades para respirar.

Yo: ¿Quién? ¿Ese monstruo?

Señalé con la mirada a la creatura que yacía en el suelo, no muy lejos.

Hombre en la oscuridad: ¿Sabes lo difícil que fue conseguir este puro? Por si no lo has notado, no queda mucho en pie.

Yo: ¿Por qué…

Y me interrumpió.

Hombre en la oscuridad: El ultimo puro en la ciudad y ahora lo estoy fumando ¿Por qué crees que sea eso?

Yo: ¿Cómo debería yo, saber eso?

Inhaló y exhaló nuevamente entre tos y jadeos.

Hombre en la oscuridad: Lo guardaba para una ocasión especial y hoy, era una ocasión especial. Hoy era mi aniversario y pensaba festejarlo con mi esposa, una fogata y una cena.

Yo: eso es muy tierno, de verdad hombre pero, ¿Eso que tiene que ver conmigo? Vamos, desátame. Te acompañaré con tu esposa. Te ayudaré a hacer de esta, una noche especial junto a ella.

Hombre en la oscuridad: No lo entiendes. Ya lo has logrado.

Yo: ¿A qué te refieres con eso?

Mientras me sacudía una vez más para poner a prueba la integridad de las cadenas que me aprisionaban.

Yo: Vamos, vayamos con tu esposa.

Hombre en la oscuridad: Me temo que eso no es posible, pues mi esposa ya está aquí. Llegó antes que yo.

Yo: ¿Dónde? ¿Dónde está?

Hombre en la oscuridad: La estás viendo, está en el suelo. Tu mismo la dejaste ahí.

Una mano grisácea y con ampollas se asomó de entre la oscuridad para señalar a la creatura en el suelo. Pronto, la luz seseante de la fogata ilumino a mi captor. La mitad del rostro estaba destruida, deforme, de una apariencia derretida.

Su cuerpo vestía ropas arrugadas a diferencia de la creatura que se encontraba en el suelo, y su postura era humana; su piel, aunque no tan visible, dejaba ver ampollas por todas partes.

Yo: ¿Tu esposa?

Captor: Si, mi esposa…

Se agacho tan solo para recoger la fotografía de la mano de aquella creatura y al levantarse, se acercó a mí.

Captor: Lo único que ella buscaba, dentro de nuestro hogar, era una fotografía de ella. Antes de todo esto, llámalo sentimental, pero así era ella.

Yo: Yo… yo… no…

Captor: ¡Y un maldito estúpido decide entrar a nuestro hogar, en nuestro aniversario y la asesina sin razón! Amigo, no saldrás vivo de aquí.

Yo: ¡No puedes hacer esto! ¿Cómo iba a yo a saber que eso, que ella era humana?

Captor: ¿Y, quien me va a detener?

Yo: ¿Cómo iba a yo a saber que eso, que ella era humana?

Acercando la fotografía a mi rostro.

Captor: Mírala a los ojos y despídete de este mundo.

Yo: ¿Qué harás? ¿Qué harás? ¡Dios mío! ¿Cómo iba yo a saber? ¿Cómo iba yo a saber?                                  

Agachándose nuevamente, esta vez a mis pie; extendiendo el puro a una pila de papel debajo de mi.

Captor: ¡Alégrate! Tendrás el honor de morir en el fuego, al igual que los antiguos vikingos.

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domingo, 9 de octubre de 2016

Capítulo II: La flama al final del pasillo.

Capítulo II: La flama al final del pasillo.

Aún no puedo descifrar si es de noche o es de día, pues el cielo se mantiene nublado todo el tiempo. La luz es escasa en partes y en partes tiene un radiante brillo que no parece disminuir desde que comencé a explorar las ruinas de la ciudad.

No puedo definir aún cuanto tiempo llevo caminando pero me ha parecido una eternidad. El hambre y el cansancio comienzan a hacer sus estragos. Nunca fui un tipo atlético, de hecho, si algo se puede decir de mi físicamente es que estoy un poco pasado de peso.

Casi al punto del arrastre llegue hasta donde solía ser un estadio, no quedaba nada más que escombros. Me siento desesperado, lágrimas de nuevo comienzan a correr a través de mi rostro y comienzo a maldecir en voz alta.

¿Qué carajos se supone que debo hacer ahora? No he visto ni señales de una sola alma en todo mi recorrido, ni siquiera un ave cantando por el nublado cielo.

Es ahí, de rodillas maldiciendo que lo veo, una luz que apenas tambalea a lo lejos dentro de lo que solía ser un mercado. La estructura aún está de pie pero, el daño inminente es altamente visible. La luz es como ver una vela con esa llama tambaleante, seseante, danzante.

Me levanto y con la esperanza renovada me dirijo al interior de la estructura, pasillos vacios pero el aura de luz me dice que la flama se encuentra al fondo. No hablo, ¡No! El temor mantiene mi mandíbula paralizada.

Con forme me acerco al final de los pasillos, mi miedo me hace tener una batalla interna contra la premura de mi caminar. Pasillo vacío tras pasillo vacío, la tensión me va rompiendo en sudor y mis manos instintivamente se convierten en puños.

Con pies temblorosos, me empujo a mí mismo dentro del perímetro final y no pudo ser más reconfortante encontrar una pequeña fogata abandonada. Latas abiertas tiradas por todos lados me apresuran al suelo y con mis dedos intento jalar el contenido del fondo de cada lata hacia mis labios.

El sentimiento es glorioso a pesar del trágico escenario. Esta vez si estaré en problemas, pues he saqueado la vivienda de alguna persona y no me ha importado dejarla sin alimento. Apuesto todo por un diálogo abierto a su retorno.  Así que, después de la séptima lata, decido quedarme a dormir junto al fuego.

Un ruido intenso me despertó y me puso alerta, en seguida huí de la presencia luminosa. Tomé refugio en uno de los pasillos adyacentes y la respiración comenzó a aumentar rápidamente. El ruido era cada vez era más fuerte y se escuchaba cada vez más y más cerca.

Un sonido jadeante, cada vez más acelerado y a la par uno de arrastre. Era claro de que esta persona o creatura podría estar herido o solo se encuentra hambriento, como yo llegué hasta aquí. De igual manera prefería esperar en la oscuridad del pasillo anterior.

Fue poco después que lo vi pasar, describirlo es difícil. Era como ver a un lagarto con forma humanoide, un reptil de algún tipo, su piel era deforme y de color grisácea; o tal vez solo era la oscuridad que no me dejaba distinguirlo. Protuberancias eran visibles por su cuerpo desnudo, sus ojos no podían ser hallados en su rostro pero su sentido del olfato lo guiaba. Su mandíbula era larga y ancha, algunas de sus extremidades parecían haber perdido algunos dedos y los que le restaban tenían uñas largas y afiladas.

Se acercó al fuego y comenzó a revisar lata por lata, ingiriendo su afilada y larga lengua hasta el fondo de cada lata; una gran nausea se hizo presente en mi garganta y amenazaba con delatarme de mi escondite.

Era evidente de que este ser, no era un ser racional. No podía ser, él, el dueño de esta morada; así que, lentamente y sin hacer ningún sonido tome una barra de hierro que se encontraba próxima a mí y la fui acercando a mi pecho mientras observaba por una abertura entre los estantes del pasillo.

No permitiría que este ser allanara la morada de alguien más qué fue lo suficientemente amable como para dejarme subsistir por otro día, aún si no lo sabía en ese momento.

La vi acercarse a una pila de latas golpeadas pero cerradas, como buscando algo al fondo de la pila. No iba a permitir que este monstruo asaltara este pequeño santuario en medio del desierto que ahora era mi ciudad.

Con furia decidí aparecer por detrás de la bestia y sin dejarla reaccionar le enterré la lanza de hierro por la espalda, un enorme rugido se hizo escuchar por cada pasillo. La bestia giró y violentamente me derribó sobre la pila y cada una de las latas se hizo presente contra mi espalda. Con un rugido más, la bestia, cayó sobre mí.


Un último respiro le abandonó el cuerpo y con ello una de sus extremidades me dejó ser testigo justo antes de que yo perdiera la conciencia de lo que había buscado dentro de la pila. Pude ver lo que parecía ser una fotografía justo antes de que mi mirada se convirtiera en oscuridad.

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domingo, 2 de octubre de 2016

Capítulo I: El despertar.

Capítulo I: El despertar.


El lugar solía ser una ciudad bella, la ciudad que me vio nacer y crecer; ahora hundida en oscuridad y escombros. Lo que solía ser un mundo civilizado, es más un desierto de arenas negras y un olor fétido, no hay otra cosa que muerte a mi alrededor, muerte y frio a cada respiro.

¿El año? Aún no lo conozco, demonios, ni siquiera conozco  en que día estoy. Todo lo que recuerdo es el capullo, mi sarcófago de barro, al menos eso creo que era. Todo comienza con el despertar, como si hubiese estado en pausa hasta que un profundo y súbito, instintivo respiro me despertó de golpe.

Quise levantarme, el aire se sentía pesado, pero moverme con libertad era algo de lo que se me privaba. La claustrofobia no se hizo esperar, el pánico aumenta el ritmo cardiaco, mi boca solo puede expresar miedo y mis manos buscan sin cesar una salida a lo que mis ojos no pueden encontrar en absoluta oscuridad.

Pronto ellas encuentran un punto débil y la luz, si es que a eso se le podía llamar luz, se hizo presente y el capullo se rompió completamente en pequeños pedazos permitiéndome inhalar aire fresco; o al menos eso creí en un principio.

Lo que encontré fuera del capullo era aun más aterrador de lo que pude haber encontrado dentro. Pues podía suponer que me encontraba en mi cuarto, sobre mi cama, en mi casa, pero todo eso había desaparecido; de la cama solo quedaban resortes que sostenían lo que fue mi capullo de arena negra, de mi cuarto solo quedaba en pie una de las paredes, a medio coger, pues el viento la tambaleaba como si fuese de papel. ¿Y mi casa? Mi casa era tan solo un recuerdo.

Busqué rápidamente a mis queridas “niñas”, mis mascotas, mis chihuahuas. Pero lo único que vi fueron dos capullos más, pequeños, sobre los resortes. Intenté abrirlos, ciegamente creí que las encontraría ahí, durmiendo, como yo.

La realidad no pudo ser más cruel, aquellos pequeños capullos solo envolvían cadáveres de lo que fueron sus frágiles cuerpos. Las lágrimas corrieron por mi rostro, después de todo, era lo único que tenía.

La arena negra solo se embarraba en mi piel mientras intentaba secarme las lágrimas. Mi mente no lograba entender que sucedía, completamente paralizado, me mantuve sobre los resortes oxidados un buen tiempo.

Los primeros minutos podía jurar que esto era todo un sueño, que no podía ser más que una horrible pesadilla, pero pasaban los minutos más y más; y no parecía despertar de mi terrible sueño. ¿Tal vez esto no era un sueño? Tal vez esto era real. ¿Y, si lo era? ¿Cómo era posible?

Me paré, me atreví a echar un vistazo a mí alrededor y no pude encontrar más que muerte y arena negra por doquier. La ciudad que alguna vez amé, no existía más, solo escombros podían verse de pie, solitarios y escasos a la distancia.

Todo lo que conocía había desaparecido, así, de un momento a otro, en un abrir y cerrar de ojos, literal. ¿Qué había pasado? No tenía la más mínima idea. Tenía muchas preguntas pero, no había quien me diera respuestas.


Era como si, la humanidad hubiese dejado de existir.

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