Capítulo V: Vecinos peligrosos.
Decidí seguir sigilosamente a la creatura que asedio
la misma tienda de autoservicio que yo. No tomó mucho tiempo subir una de las
colinas cercanas para descubrir que aquel ser desfigurado tenía su morada en
otra tienda de autoservicio.
Lo observé desde una distancia segura durante un
par de horas, vi como, lo primero que dispuso a hacer fue prender uno de esos
puros. Lo disfrutó con cada inhalación mientras
contemplaba el atardecer rojo que ese día, las nubes dejaban ver a lo lejos.
A los minutos, vi a lo lejos acercarse lentamente
y arrastrándose a un ser aun más deforme que él, este ser se arrastraba en
cuatro patas, pero aún así, él, no parecía asustado. Cabellos largos y
blanqueados florecían cada varios centímetros uno del otro. La bestia se
acercaba cada vez con más prisa, sus pasos levantaban polvo.
Cuando los dos seres se encontraban de frente
parecieron haberse abrazado, ser afectivos o al menos eso parecía a la
distancia. Estos nuevos vecinos capturaban mi curiosidad por varias semanas,
parecían bien organizados y con rutinas casi viviendo una vida normal. El ser
menos deforme tenía el hábito de fumar un puro a cada atardecer, dejaran las
nubes disfrutar el cielo o no.
Durante ese tiempo, el hacha que había abandonado
me había sido de mucha ayuda en mi nuevo hogar, era más sencillo racionalizar
la leña pues al prender una fogata, no tenía mucho tiempo para mantenerla prendida,
pues no podía dejar que mis vecinos se dieran cuenta de mi existencia. Abrir
las latas, era un poco más sencillo con el filo del arma, entre otra cosas.
Llegó un momento en el que solamente vigilaba a
mis vecinos solo uno o dos días por semana. Me había acostumbrado a su pequeña
rutina y caí en la misma comodidad. Mi promesa por buscar a mi pequeño Roberto
había quedado en espera y mi hacha ahora, se había convertido en más que una
herramienta, en una amiga irremediablemente confiable.
Me mantenía repitiéndome lo mismo una y otra vez, haciéndome
creer que no estaba listo, que aún con hacha en mano necesitaba “reponerme” de
mi debilidad física pero, en realidad era mi debilidad mental la que me retenía.
Hasta que un día, algo diferente capturó mi atención.
Un día, un tercero arribo a la morada de mis extraños vecinos. Este ser no era
para nada deforme como los locales, este ser parecía muy distinto, muy igual a mí.
Parecía desorientado, desesperado con la mirada
perdida; eso fue hasta que, hasta que observó la brillosa y vibrante aura de
fuego de una fogata al fondo del hogar que ahí se sostenía. En el momento en el
que lo vi introducirse a la estructura, el invasor no sería bien recibido y yo decidí
quedarme a la distancia pues la curiosidad no me dejaba en paz.
A los pocos minutos, la primera bestia se hizo
presente y se introdujo rápidamente al hogar. No paso mucho tiempo en que la
segunda bestia le siguió, unos segundos más y un gran rugido se hizo escuchar,
un rugido que hizo vibrar las ventanas rotas y fue ahí, donde decidí acercarme
un tanto más.
Yo: ¿Qué harás?
¿Qué harás? ¡Dios mío! ¿Cómo iba yo a saber? ¿Cómo iba yo a saber?
Agachándose nuevamente, esta vez a mis pies;
extendiendo el puro a una pila de papel debajo de mí.
Captor:
¡Alégrate! Tendrás el honor de morir en el fuego, al igual que los antiguos
vikingos.
Yo: ¡Espera! ¡Espera!
Captor: Adiós…
Mi corazón retumbaba en mis oídos, el miedo me
hacia sudar, mis pupilas se dilataron mientras gritaba en desesperación. Pero
grande fue mi sorpresa cuando un segundo grito expulsó de la oscuridad a un ser
más que con hacha en mano a lo alto, que sin titubear, dejó caer en péndulo con
toda fuerza.
Un tercer grito llenó el área ensordecedor, sangre
cubría mi cara y no me dejaba ver con claridad. Los gritos se repetían con
horror, denunciando dolor y agonía. Lentamente sentí como mis ataduras se
fueron aflojando hasta que caí al suelo, no podía creerlo.
La adrenalina me hizo limpiarme la sangre de mis
ojos con mucha prisa, cuando pude abrirlos al fin, vi a un hombre maduro, de
cabello largo y plateado con su hacha en mano viendo hacia una de las esquinas
donde mi captor se retorcía. Al quererme levantar, pude ver una mano aun con un
puro entre los dedos en el suelo cerca de mí. Volteé hacia mi captor y pude ver que había
sido cercenado.
Captor: ¡Maldito
hijo de perra! ¡Te mataré! ¡Los mataré a ambos! ¡Lo juro!
David: Vamos
chico, vámonos. Ya no hay nada que hacer aquí. A menos que, gustes quedarte,
por supuesto.
Lo miré y por su mirada supe que podía confiar en él. Al menos por ahora, después de todo, acababa
de salvarme la vida.
Continuará...