domingo, 9 de octubre de 2016

Capítulo II: La flama al final del pasillo.

Capítulo II: La flama al final del pasillo.

Aún no puedo descifrar si es de noche o es de día, pues el cielo se mantiene nublado todo el tiempo. La luz es escasa en partes y en partes tiene un radiante brillo que no parece disminuir desde que comencé a explorar las ruinas de la ciudad.

No puedo definir aún cuanto tiempo llevo caminando pero me ha parecido una eternidad. El hambre y el cansancio comienzan a hacer sus estragos. Nunca fui un tipo atlético, de hecho, si algo se puede decir de mi físicamente es que estoy un poco pasado de peso.

Casi al punto del arrastre llegue hasta donde solía ser un estadio, no quedaba nada más que escombros. Me siento desesperado, lágrimas de nuevo comienzan a correr a través de mi rostro y comienzo a maldecir en voz alta.

¿Qué carajos se supone que debo hacer ahora? No he visto ni señales de una sola alma en todo mi recorrido, ni siquiera un ave cantando por el nublado cielo.

Es ahí, de rodillas maldiciendo que lo veo, una luz que apenas tambalea a lo lejos dentro de lo que solía ser un mercado. La estructura aún está de pie pero, el daño inminente es altamente visible. La luz es como ver una vela con esa llama tambaleante, seseante, danzante.

Me levanto y con la esperanza renovada me dirijo al interior de la estructura, pasillos vacios pero el aura de luz me dice que la flama se encuentra al fondo. No hablo, ¡No! El temor mantiene mi mandíbula paralizada.

Con forme me acerco al final de los pasillos, mi miedo me hace tener una batalla interna contra la premura de mi caminar. Pasillo vacío tras pasillo vacío, la tensión me va rompiendo en sudor y mis manos instintivamente se convierten en puños.

Con pies temblorosos, me empujo a mí mismo dentro del perímetro final y no pudo ser más reconfortante encontrar una pequeña fogata abandonada. Latas abiertas tiradas por todos lados me apresuran al suelo y con mis dedos intento jalar el contenido del fondo de cada lata hacia mis labios.

El sentimiento es glorioso a pesar del trágico escenario. Esta vez si estaré en problemas, pues he saqueado la vivienda de alguna persona y no me ha importado dejarla sin alimento. Apuesto todo por un diálogo abierto a su retorno.  Así que, después de la séptima lata, decido quedarme a dormir junto al fuego.

Un ruido intenso me despertó y me puso alerta, en seguida huí de la presencia luminosa. Tomé refugio en uno de los pasillos adyacentes y la respiración comenzó a aumentar rápidamente. El ruido era cada vez era más fuerte y se escuchaba cada vez más y más cerca.

Un sonido jadeante, cada vez más acelerado y a la par uno de arrastre. Era claro de que esta persona o creatura podría estar herido o solo se encuentra hambriento, como yo llegué hasta aquí. De igual manera prefería esperar en la oscuridad del pasillo anterior.

Fue poco después que lo vi pasar, describirlo es difícil. Era como ver a un lagarto con forma humanoide, un reptil de algún tipo, su piel era deforme y de color grisácea; o tal vez solo era la oscuridad que no me dejaba distinguirlo. Protuberancias eran visibles por su cuerpo desnudo, sus ojos no podían ser hallados en su rostro pero su sentido del olfato lo guiaba. Su mandíbula era larga y ancha, algunas de sus extremidades parecían haber perdido algunos dedos y los que le restaban tenían uñas largas y afiladas.

Se acercó al fuego y comenzó a revisar lata por lata, ingiriendo su afilada y larga lengua hasta el fondo de cada lata; una gran nausea se hizo presente en mi garganta y amenazaba con delatarme de mi escondite.

Era evidente de que este ser, no era un ser racional. No podía ser, él, el dueño de esta morada; así que, lentamente y sin hacer ningún sonido tome una barra de hierro que se encontraba próxima a mí y la fui acercando a mi pecho mientras observaba por una abertura entre los estantes del pasillo.

No permitiría que este ser allanara la morada de alguien más qué fue lo suficientemente amable como para dejarme subsistir por otro día, aún si no lo sabía en ese momento.

La vi acercarse a una pila de latas golpeadas pero cerradas, como buscando algo al fondo de la pila. No iba a permitir que este monstruo asaltara este pequeño santuario en medio del desierto que ahora era mi ciudad.

Con furia decidí aparecer por detrás de la bestia y sin dejarla reaccionar le enterré la lanza de hierro por la espalda, un enorme rugido se hizo escuchar por cada pasillo. La bestia giró y violentamente me derribó sobre la pila y cada una de las latas se hizo presente contra mi espalda. Con un rugido más, la bestia, cayó sobre mí.


Un último respiro le abandonó el cuerpo y con ello una de sus extremidades me dejó ser testigo justo antes de que yo perdiera la conciencia de lo que había buscado dentro de la pila. Pude ver lo que parecía ser una fotografía justo antes de que mi mirada se convirtiera en oscuridad.

Continuar con: Capítulo III >>

No hay comentarios.:

Publicar un comentario