Capítulo I: El despertar.
El lugar solía ser una ciudad bella, la ciudad que me vio nacer y crecer;
ahora hundida en oscuridad y escombros. Lo que solía ser un mundo civilizado, es
más un desierto de arenas negras y un olor fétido, no hay otra cosa que muerte
a mi alrededor, muerte y frio a cada respiro.
¿El año? Aún no lo conozco, demonios, ni siquiera
conozco en que día estoy. Todo lo que
recuerdo es el capullo, mi sarcófago de barro, al menos eso creo que era. Todo
comienza con el despertar, como si hubiese estado en pausa hasta que un
profundo y súbito, instintivo respiro me despertó de golpe.
Quise levantarme, el aire se sentía pesado, pero
moverme con libertad era algo de lo que se me privaba. La claustrofobia no se
hizo esperar, el pánico aumenta el ritmo cardiaco, mi boca solo puede expresar
miedo y mis manos buscan sin cesar una salida a lo que mis ojos no pueden
encontrar en absoluta oscuridad.
Pronto ellas encuentran un punto débil y la luz,
si es que a eso se le podía llamar luz, se hizo presente y el capullo se rompió
completamente en pequeños pedazos permitiéndome inhalar aire fresco; o al menos
eso creí en un principio.
Lo que encontré fuera del capullo era aun más
aterrador de lo que pude haber encontrado dentro. Pues podía suponer que me
encontraba en mi cuarto, sobre mi cama, en mi casa, pero todo eso había desaparecido;
de la cama solo quedaban resortes que sostenían lo que fue mi capullo de arena
negra, de mi cuarto solo quedaba en pie una de las paredes, a medio coger, pues
el viento la tambaleaba como si fuese de papel. ¿Y mi casa? Mi casa era tan
solo un recuerdo.
Busqué rápidamente a mis queridas “niñas”, mis
mascotas, mis chihuahuas. Pero lo único que vi fueron dos capullos más,
pequeños, sobre los resortes. Intenté abrirlos, ciegamente creí que las encontraría
ahí, durmiendo, como yo.
La realidad no pudo ser más cruel, aquellos pequeños
capullos solo envolvían cadáveres de lo que fueron sus frágiles cuerpos. Las lágrimas
corrieron por mi rostro, después de todo, era lo único que tenía.
La arena negra solo se embarraba en mi piel mientras
intentaba secarme las lágrimas. Mi mente no lograba entender que sucedía,
completamente paralizado, me mantuve sobre los resortes oxidados un buen
tiempo.
Los primeros minutos podía jurar que esto era todo
un sueño, que no podía ser más que una horrible pesadilla, pero pasaban los
minutos más y más; y no parecía despertar de mi terrible sueño. ¿Tal vez esto
no era un sueño? Tal vez esto era real. ¿Y, si lo era? ¿Cómo era posible?
Me paré, me atreví a echar un vistazo a mí
alrededor y no pude encontrar más que muerte y arena negra por doquier. La
ciudad que alguna vez amé, no existía más, solo escombros podían verse de pie,
solitarios y escasos a la distancia.
Todo lo que conocía había desaparecido, así, de un
momento a otro, en un abrir y cerrar de ojos, literal. ¿Qué había pasado? No tenía
la más mínima idea. Tenía muchas preguntas pero, no había quien me diera
respuestas.
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