domingo, 2 de octubre de 2016

Capítulo I: El despertar.

Capítulo I: El despertar.


El lugar solía ser una ciudad bella, la ciudad que me vio nacer y crecer; ahora hundida en oscuridad y escombros. Lo que solía ser un mundo civilizado, es más un desierto de arenas negras y un olor fétido, no hay otra cosa que muerte a mi alrededor, muerte y frio a cada respiro.

¿El año? Aún no lo conozco, demonios, ni siquiera conozco  en que día estoy. Todo lo que recuerdo es el capullo, mi sarcófago de barro, al menos eso creo que era. Todo comienza con el despertar, como si hubiese estado en pausa hasta que un profundo y súbito, instintivo respiro me despertó de golpe.

Quise levantarme, el aire se sentía pesado, pero moverme con libertad era algo de lo que se me privaba. La claustrofobia no se hizo esperar, el pánico aumenta el ritmo cardiaco, mi boca solo puede expresar miedo y mis manos buscan sin cesar una salida a lo que mis ojos no pueden encontrar en absoluta oscuridad.

Pronto ellas encuentran un punto débil y la luz, si es que a eso se le podía llamar luz, se hizo presente y el capullo se rompió completamente en pequeños pedazos permitiéndome inhalar aire fresco; o al menos eso creí en un principio.

Lo que encontré fuera del capullo era aun más aterrador de lo que pude haber encontrado dentro. Pues podía suponer que me encontraba en mi cuarto, sobre mi cama, en mi casa, pero todo eso había desaparecido; de la cama solo quedaban resortes que sostenían lo que fue mi capullo de arena negra, de mi cuarto solo quedaba en pie una de las paredes, a medio coger, pues el viento la tambaleaba como si fuese de papel. ¿Y mi casa? Mi casa era tan solo un recuerdo.

Busqué rápidamente a mis queridas “niñas”, mis mascotas, mis chihuahuas. Pero lo único que vi fueron dos capullos más, pequeños, sobre los resortes. Intenté abrirlos, ciegamente creí que las encontraría ahí, durmiendo, como yo.

La realidad no pudo ser más cruel, aquellos pequeños capullos solo envolvían cadáveres de lo que fueron sus frágiles cuerpos. Las lágrimas corrieron por mi rostro, después de todo, era lo único que tenía.

La arena negra solo se embarraba en mi piel mientras intentaba secarme las lágrimas. Mi mente no lograba entender que sucedía, completamente paralizado, me mantuve sobre los resortes oxidados un buen tiempo.

Los primeros minutos podía jurar que esto era todo un sueño, que no podía ser más que una horrible pesadilla, pero pasaban los minutos más y más; y no parecía despertar de mi terrible sueño. ¿Tal vez esto no era un sueño? Tal vez esto era real. ¿Y, si lo era? ¿Cómo era posible?

Me paré, me atreví a echar un vistazo a mí alrededor y no pude encontrar más que muerte y arena negra por doquier. La ciudad que alguna vez amé, no existía más, solo escombros podían verse de pie, solitarios y escasos a la distancia.

Todo lo que conocía había desaparecido, así, de un momento a otro, en un abrir y cerrar de ojos, literal. ¿Qué había pasado? No tenía la más mínima idea. Tenía muchas preguntas pero, no había quien me diera respuestas.


Era como si, la humanidad hubiese dejado de existir.

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